miércoles, 11 de marzo de 2009

Palabras de la Vice Rectora de Nivel Superior Profesora Selva Olivera

MADRE ABECEDARIO…

(Homenaje a los Escritores, docentes y alumnos, de la Escuela Normal Superior en Lenguas Vivas “E. A. Bavio”, al cumplir sus primeros cien años)


Cuando la historia se remonta a cien años, cuando el devenir del tiempo empaña los vidrios de la memoria, cuando los ayeres se confunden en un anecdotario conocido, repetido, que entre risas y abrazos, los que hoy están, vuelcan en mesas trasnochadas… Cuando no alcanza el libro, el trazo de tiza o el viejo cuaderno…

Entonces transitamos el silencio, la casa dormida, el aguaribay centenario de la esquina, las estatuas, el patio, las marmoladas escaleras… Porque allí están las voces, allí los susurros que contienen la historia… esa historia verdadera que se inició en ojos asombrados, cuando moría el verano y tímidamente el otoño iniciaba su preludio.

¿Cuándo fue que el abecedario se hizo verso? ¿Cuándo las voces balbuceantes se hicieron prosa de exquisito temple? Eso lo sabe la madre…La Escuela Normal “E. A. Bavio” de Gualeguay… Esa madre que puso en manos de sus hijos el don más delicado: la palabra.

Por sus centenarias aulas, el estilo perfecto de Amaro Villanueva: “Íbase con el agua del paisaje/ disuelto simulacro en caminata…” (Entre Ríos); el compromiso literario de Juan Laurentino Ortiz: “Ceñiría aquel lugar contra mi pecho y lo acaricia./Quizás acariciara, es cierto, un secreto amor mío” (El Aire Conmovido); el didactismo de Alfredo Veiravé: “Es la luz misma, la que abrió mis ojos/ al resplandor de mi cielo sosegado…” (La Plaza de Gualeguay); la pasión de Juan José Manauta: “Todo sube en la quietud levemente/ azulada de esta infinita mujer de tala y sauce…”

Aprehendiendo en el silencio de su patio la magia infinita del verbo, los “espejos” de María Ester de Miguel: “A veces, también un destino turbio tuerce las cosas inevitablemente…” (Los que comimos a Solís); “las puertas” de Emma Barrandeguy: “Y cuando más se anda entre las lágrimas/ más se aprende a mirarse desde adentro…”(Archivo); el asombro de Cristina Villanueva: “Déjame que amolde mi cabeza/ en la exacta medida de tu brazo…”(Isla e Interior)

Y en esa vasta imponencia de la biblioteca, el niño que solo lee, que solo aprende, porque reverberan en su mente las lecciones magistrales, y busca afianzarse en las letras, porque ése es su camino, ése es su sino, el sino de una casta destinada a perpetuarse en la palabra: la “palabra” sensible de Leoncio Gianello: “¡Bandera de mi escuela!/ Quiero besar tus sedas sacrosantas/ porque encienden orgullo en las venas/ y aleteos de himno en las gargantas…” (A la Bandera de mi Escuela); la “palabra” sencilla de Segundo L. Gianello; “Uno en gestación y otro en los brazos…/ todo un tiempo sin cesión de espacio…”; la “palabra” del saber de Juan María Gianello en “Hombres de Entre Ríos” I - II

Vivas y candentes inquietudes, quizás, despertaron en diáfana charla, un minuto, algún día, allí, recostados indolentemente en las columnas, allí, la transmutación de la idea: allí, con “versos limpios”, Aristóbulo Barroetaveña: “Ya sé que habré de irme alguna tarde…/¡Qué lindo si ello fuera en primavera…!” (Humildad); Humberto P. Vico gestando su “Historia de Gualeguay”; y Carlos G. Lucca, acaso pensando su “Don Segundo sombra, el hombre de la Pampa y de la Vida”.

Y recogiendo un mensaje de recuerdos y sueños, las mudas paredes escucharon el son de las voces, esa que enseña: segura y firme, esa que aprende: inquisitiva y ávida, la tímida niña levantó la mano, tenía en su boca la miel de sus versos, los versos “solitarios” de Mariel Mego: “Vengo de lejos, muy lejos,/ y cuánto miedo al llegar./ El tiempo nos cambia a gusto,/ la ausencia define más.” (Recuerdos y Soledades); los versos “estremecidos” de Roberto Beracochea: “Volverse a mirar hacia el río embrujado, era creer en el sortilegio.” (El tiempo indeciso); los versos de “pluma” de Roberto Cosundino: “¿Qué puede ser el cosmos sino victoria del misterio sobre el hombre?” (Puntos de Partida I); los versos “amanecidos” de Tuky Carboni: “ABBA PADRE, pasa de mí este cáliz./ Dame cualquier otro dolor:/ déjame en desnudez y en intemperie,/ avergüenza la carne de mi frente…/ Pero pasa de mí este cáliz:/ no te lleves mi cordero inocente…” (No creas que es el llanto)

Aún se oyen, dispersos en el tiempo y conjugados en un instante de recuerdos, los pasos presurosos a las aulas, las campanas y los timbres, puertas que se cierran y puertas que se abren, el roce de los bancos, el libro sobre el libro, los dientes rechinando por el ruido de la tiza, el bullicio atesorado por las añosas maderas de pizarrones ya sabios de lecciones, y las prestas respuestas de otros alumnos (siempre eran otros, y otros), que llevaron a todos los confines la herencia de la madre: la impronta de la Escuela Normal en las letras argentinas: Luis Garibotti; Luis Vaccari; Rosendo Taborda; Margarita Rodríguez Vivanco; Olga Gayote de Massoni; Amalia Quintana de Casella, Juan Luis Morabes; Fulvio Rubio; Teresita Valiero; María E. Pérez Petre; Daniel Carboni Bisso; Miguelina Bidegain; Vicente Cúneo… y tantos, tantos otros…

Porque cuando se anhela cosecha, el surco recién labrado se vuelve espiga madura…

Prof. Selva A. N. Olivera
DNI: 16.312.374

Fuentes: Enciclopedia de Entre Ríos – (Literatura) – Tomos I – V y VI
Selección de Autores Entrerrianos

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